Por David Awad V.
Seguro los has escuchado más de una vez: “Fulano hizo esto”, “Mengano dijo aquello”, “Zutano se metió en un lío” y “Perengano no se quedó atrás”. Pero… ¿quiénes son todos estos personajes tan famosos y misteriosos que aparecen en cada conversación cuando no queremos (o no podemos) decir nombres?
La respuesta corta: no existen. Al menos no como personas reales.
En realidad, Fulano, Mengano, Zutano y Perengano son formas gramaticales que usamos para referirnos a alguien de manera genérica, cuando no sabemos el nombre, no queremos decirlo o simplemente estamos inventando un ejemplo.
Fulano: el más popular del grupo
Viene del árabe fulān (فلان), que significa “persona cualquiera”. Es el más usado de todos. Frases como “vino un fulano preguntando por ti” o “aquí yace fulano de tal” lo confirman como el rey de los personajes invisibles. Del árabe pasó al español y de ahí a todo el mundo hispanohablante.
Mengano: el eterno segundo
También tiene raíces árabes, de man kān, que significa “quien sea”. Suele acompañar a Fulano, como en “no quiero ver a ese fulano ni a ese mengano por aquí”. Es como el mejor amigo del protagonista, que siempre está en segundo plano pero nunca falta.
Zutano: el raro del grupo
Su origen es más incierto, aunque se cree que viene de citano, derivado a su vez del latín scitānus (“sabido”). A veces aparece después de Fulano, como el tercero en discordia, aunque nadie sabe muy bien por qué se le sumó al trío.
Perengano: el nuevo del parche
Es el más reciente del grupo y también el menos usado. Se cree que suena así por una mezcla entre el apellido “Pérez” y “Mengano”. En otras palabras: lo inventamos para que el grupo no quedara impar. Como decir “ya que estamos, agreguemos otro más”.
Todos ellos pueden volverse más “sofisticados” cuando se les añade el famoso “de tal” o “de cual” (“Fulano de tal”, “Menganita de cual”), o cuando se usan en diminutivo (Fulanito, Menganita…).
Ahora bien, ojo con usar “fulana”. En masculino es neutro, pero en femenino, suele tener una connotación despectiva cuando se usa para referirse a una mujer, asociándola a veces con insultos o prejuicios. Cuidado con eso.
¿Y qué hay de Perico el de los Palotes?
Este personaje también aparece como ejemplo cuando alguien quiere minimizar la importancia de algo o quejarse de que lo tratan como a cualquiera: “¿Qué creen, que soy Perico el de los Palotes?”. Se cree que viene de un personaje del siglo XVII, un tipo que tocaba el tambor con dos palotes antes de que hablara el pregonero. Mientras el pregonero se llevaba la fama (y la paga), Perico solo hacía ruido.
Así que ya sabes: todos estos nombres no son más que fórmulas lingüísticas que usamos para rellenar conversaciones, disfrazar ejemplos o evitar nombres propios. Son como los actores secundarios eternos del idioma, siempre listos para entrar en escena cuando no sabemos a quién echarle el cuento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario