El 16 de julio de 2017, a los 87 años, se apagó en una clínica de Montería la vida de Máximo Alfredo Hernández Durán, pero no su magia. Mejor conocido como el Mago Borletti, fue mucho más que un ilusionista: fue un personaje irrepetible, un embajador del Caribe colombiano y uno de los hombres reales que Gabriel García Márquez inmortalizó en Cien años de soledad como “el mago de Macondo”.
Nacido el 11 de noviembre de 1932 en Riofrío, Magdalena, creció rodeado de historias, música y tradiciones que marcaron su estilo único. Su carrera comenzó en la radio, donde mezclaba consejos sentimentales, lectura de cartas astrales, denuncias ciudadanas e interpretación de sueños con la promoción de sus espectáculos. Desde entonces, supo que la magia no solo estaba en los trucos, sino en la forma de conectar con la gente.
Aquí en un programa de televisión nacional de Fernando Gonzáles Pacheco |
Borletti vivió una vida de anécdotas que parecen sacadas de un libro. En una ocasión, en Venezuela, le pidieron que no dijera que era colombiano para recibir un premio; en otra, advirtió a la orquesta de Pacho Galán que no asistiera a una corraleja en Sincelejo… ese día la estructura colapsó y murieron cientos de personas. Actuó ante presidentes, embajadores y figuras internacionales, organizó cenas benéficas, compartió tarima con artistas como Jorge Mistral y hasta recibió una dedicatoria escrita por el mismísimo Pablo Neruda, quien calificó su acto como “una gema pulida al máximo de la perfección”.
Recorrió escenarios en Panamá, Costa Rica, México, Buenos Aires, Honduras, Nueva York y toda Colombia. Fue amigo de grandes magos como Gustavo Lorgia, Killer, Erazoni y Carlos Zea. En Barranquilla, su nombre llegó a bautizar desde una peluquería hasta un gallo de pelea invicto.
Aquí el mago Borletti junto a su hijo Luis Gabriel Borletti Jr. |
Aunque su fama lo llevó lejos, Borletti mantuvo su esencia: rechazaba la magia negra, amaba las palomas, coleccionaba caballos y gallos, y soñaba con abrir una academia de magia. Sus palabras lo definían: “La ligereza reemplaza a la técnica” y “la magia no se compra ni se improvisa: se crea y se respira”.
Su voz ronca, su elegancia criolla y sus manos veloces lo convirtieron en un ícono cultural. Borletti no desapareció; simplemente hizo su último gran truco, dejando al Caribe un legado de asombro y alegría.
Fue, es y será… el mago eterno de Riofrío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario