Ubicado en la Calle 84 con Carrera 46 esquina – Barranquilla, Colombia
Por: David Awad Virviescas
Inicio de una leyenda urbana en los años 90
A comienzos de la década de 1990, en una de las esquinas más transitadas y emblemáticas del norte de Barranquilla, en la calle 84 con carrera 46, nació uno de los negocios más excéntricos, originales y recordados de la historia nocturna de la ciudad: El Sheriff 1849, propiedad de Alberto “Beto” Iguarán, más tarde conocido como Sheriff Iguarán.
El Sheriff siempre estuvo en su 'película', vestido de vaquero, de Sheriff, tanto, que se llegó a cambiar el nombre en la cédula por el de El Sheriff. Er<a él quien dirigía, coordinaba y ponía el orden en su negocio, era el mejor anfitrión de su establecimiento, animaba en la pequeña tarima junto a las bailarinas de música country del oeste y cuanto concurso de daba en escenario, interactuando con los clientes.
La zona era un epicentro de entretenimiento en la ciudad. A su alrededor estaban negocios como Pizza Hot, El Toro Rumbero, Papa Loca, Tacos Olé, y el famoso Cinerama 84. Justo al lado del local estaba la casa de una familia guajira de apellido Barros, en una construcción blanca de estilo español. Todo este entorno urbano complementaba el carácter peculiar del establecimiento.
Inspiración y creación del concepto
El Sheriff no fue simplemente un bar, fue una puesta en escena permanente del viejo oeste americano. Su creador, Alberto Iguarán, un samario con raíces guajiras, tal como se dijo, cambió legalmente su nombre tras una terapia de regresión que, según él, reveló que en una vida pasada había sido un sheriff del lejano oeste en 1849. Esta experiencia lo marcó profundamente y dio origen al concepto del establecimiento.
Desde la fachada hasta los interiores, todo evocaba una película del oeste: paredes de madera, árboles de olivo cortados en forma de estrellas, una pantalla gigante de video, pistolas reales (incluyendo su revólver personal, una Magnum .44), y caballos de verdad amarrados en la entrada. Incluso contaban con un pequeño establo con vacas y equinos vivos, algo sin precedentes en la ciudad.
La experiencia Sheriff (1990–1997)
El establecimiento ofrecía una mezcla única de bar, restaurante temático y parque de diversiones estilo vaquero. Por las noches, especialmente los viernes y sábados, los visitantes eran recibidos por cowboys en la entrada y un maniquí ahorcado, lo cual reforzaba la ambientación del viejo oeste.
El Sheriff solía llegar montado a caballo, acompañado por otro personaje disfrazado de indio, o a bordo de su Harley Davidson 1050cc personalizada con piezas cromadas y niqueladas. Era común verlo cabalgando por toda la calle 84 con su atuendo de sheriff, botas texanas, espuelas y revólveres reales al cinto.
En el interior, los niños podían montar ponis o caballos en un corral improvisado mientras disfrutaban de las famosas malteadas servidas en cristalería, y los adultos podían probar la cerveza de barril más fuerte de la época, servida también con estilo. No era un lugar de bebidas en vasos plásticos, todo estaba cuidado hasta el último detalle.
Una de las grandes atracciones del lugar era la vaca mecánica “Madonna”, junto con otra de nombre olvidado. Los concursos de resistencia premiaban a quien lograra mantenerse montado más de un minuto con botellas de licor, desatando la euforia entre los asistentes.
Punto cumbre y dificultades (1997–1999)
Hacia mediados de los 90, El Sheriff vivió su punto más alto en popularidad. Sin embargo, entre 1997 y 1999, la inseguridad en la zona aumentó notablemente. Robos a vehículos, asaltos a clientes y una creciente decadencia comercial golpearon duramente a los negocios del sector.
Locales icónicos como Cheverísimo, Dónde Fabio y otros establecimientos vecinos comenzaron a cerrar. El Sheriff intentó adaptarse cambiando su giro comercial hacia un club nocturno de strippers, pero la idea no prosperó. En menos de cuatro meses, el intento fracasó rotundamente, lo que precipitó el cierre definitivo del local.
En medio del clima político, Alberto Iguarán llegó a colocar un aviso en la fachada que decía “Se vende si gana Serpa”, cuando Horacio Serpa ganó la primera vuelta presidencial de 1998. Finalmente ganó Andrés Pastrana, pero ni eso pudo detener el declive. La familia Correa, propietarios del local, recuperaron el inmueble por falta de rentabilidad.
El legado de un ícono
Aunque duró cerca de una década, “El Sheriff” dejó una huella imborrable en la memoria de Barranquilla. Su autenticidad, su carácter único, y la entrega absoluta de su dueño, lo convirtieron en el negocio más original de su época. Un espacio en donde la fantasía del viejo oeste cobró vida en medio del calor del Caribe.
Sheriff Iguarán fue un personaje excéntrico, querido, criticado y admirado. Un hombre de otra época, que decidió vivir su presente como si estuviera atrapado en una película de cowboys. Su vida no terminó con el cierre del negocio. Tras radicarse en Tampa, Florida, se ha dedicado a varios emprendimientos: desde el alquiler de caballos y ponis, hasta la representación de artistas y la exportación de café colombiano orgánico entre otros.
La tristeza del adiós (2024)
“El Sheriff 1849” fue mucho más que un disco-bar; fue una manifestación artística, una expresión personal y cultural de quien creyó ser, y fue, un vaquero del siglo XIX reencarnado en pleno Caribe colombiano.
Hoy queda su recuerdo como parte de la historia oral y emocional de Barranquilla. Quien vivió esa época sabe que jamás existió, ni existirá, un lugar tan auténtico y extravagante como aquel rincón del oeste en la Calle 84 esquina Carrera 46.
No hay comentarios:
Publicar un comentario